» Siga la flecha» Una ruta por Suiza para admirar edificios que van en la dirección correcta

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Suiza, 16/11/2009 | La arquitectura suiza se sale... de la tradición y, al mismo tiempo, por encima de todo está la idea de conjunto. En Suiza, lo culturalmente emocionante se encuentra en que la arquitectura media es buena, incluso muy buena. Éste es un recorrido de tres días (en coche alquilado) por los edificios de uso público más interesantes de los últimos años en tres ciudades y un pueblo: Lucerna, Basilea, Zúrich y Vals.

LUCERNA

Iniciamos el viaje en Lucerna, una pequeña ciudad de 57.000 habitantes al este del país. A pocos minutos del centro, caminando, se encuentra la ampliación del Museo Suizo del Transporte, proyectado por los arquitectos suizos Annete Gigon y Mike Guyer. Hay niños por todas partes. El concepto de museo en este caso ha cambiado; ya no hay vitrinas ni paredes expositoras. Aquí no hay nada estático; ahora todo se mueve, se toca, se juega, se monta, se pisa y, además, se exhibe. Se interactúa. El visitante ya no es un mero espectador. Si quiere puede ser el actor.

Las fachadas de la ampliación son inmediatamente obvias e iconográficamente muy potentes. Rotundas e impregnantes. Se guardan en la retina. La más llamativa es la piel-patchwork de señales que da la bienvenida al pabellón dedicado al transporte por carretera. Un amasijo de acero que impresiona y que haría dudar hasta al más experto conductor de qué dirección tomar.

El revestimiento del pabellón de acceso, frente al parque y al lago, tampoco se queda atrás: una gran vitrina transparente en la que se muestran ordenadamente suspendidas las distintas partes del interior de un coche: ruedas, llantas, turbinas, bujías o volantes. Según los autores del proyecto, "se trata de un homenaje al elemento básico del movimiento mecánico".

Espacialmente, lo más interesante del museo es la gran plaza exterior/interior. Un patio de recreo en hora punta donde todo tipo de actividades llegan a simultanearse y superponerse: desde saltar en camas elásticas, montar en tándem, patinete o bicicleta, hasta dirigir barcos eléctricos sobre el agua. El jaleo está asegurado. Un buen lugar donde pasar una tarde con los niños. O sin ellos.

En la ciudad también se encuentran otras obras importantes, como el Centro Cultural y de Congresos, proyectado por el arquitecto francés Jean Nouvel, el mismo que ha levantado en España la torre Agbar en Barcelona y la ampliación del Reina Sofía en Madrid. Se trata de nuevo de una gran cubierta (ésta es anterior a la del museo madrileño y resulta más coherente) que enmarca el paisaje y acoge una plaza multitudinaria a orillas del lago de los Cuatro Cantones, sobre el que cruza el famoso puente de madera -Kapellbrücke- cubierto de flores. También tienen interés los hoteles The Hotel, igualmente de Nouvel, buen ejemplo de rehabilitación de un inmueble histórico, y el Astoria, edificio-embudo que juega con los reflejos, de los suizos Herzog & De Meuron.

Pero, sin duda, lo mejor de Lucerna es recorrerla, dar un paseo alrededor del lago, montarse en la noria y, mientras se come un algodón de azúcar, disfrutar de las vistas de la ciudad. Y una recomendación final: el café Luz, junto al lago, un pabellón de vidrio y madera por fuera y hormigón por dentro donde tomarse una taza del mejor chocolate suizo.

BASILEA

Localizada en la intersección entre tres países, Basilea es una ciudad que se caracteriza por su urbanismo fragmentado y heterogéneo. Precisamente aquí se fundó en 1978 el mundialmente conocido estudio Herzog & De Meuron, ganadores del Premio Pritzker de arquitectura en 2001.

Ellos han dejado en su ciudad obras tan importantes como el Centro de Señalización Auf dem Wolf, un edificio aislado que, como si de un animal viejo y cansado se tratase, se encuentra varado en las vías del tren y parece respirar entre las lamas o branquias de cobre que cubren su piel. De este estudio también son: el estadio de fútbol St. Jakob, un edificio enteramente de plástico que da la espalda a la autopista; la Fundación Schaulager, una construcción rugosa y voluminosa, como un telón de fondo que envuelve la ciudad y que llama la atención por su escala desde la autopista (un contenedor que sirve de almacén de arte para coleccionistas, instituto de investigación y museo público); y el edificio comercial de vidrio Elsässertor II, junto a la ampliada estación de ferrocarril Basel SBB, remodelada en 2003 por los españoles Cruz y Ortiz. A pocos pasos de la estación se encuentra la confitería Frey, con sus buenísimas especialidades de pastelería local.

ZÚRICH

La mayor ciudad de Suiza y el motor financiero y centro cultural del país. Un dato curioso: ha sido premiada como la urbe con mayor calidad de vida en el mundo en 2006 y 2008. Situado en una antigua zona industrial, ahora llamada Technopark, sorprende el Puls 5, del estudio local KGP Kyncl Architekten, que es una antigua fábrica de acero reconvertida en un edificio híbrido con oficinas en su perímetro, viviendas en la última planta, un centro comercial y un spa en su interior.

A pocos metros de aquí se encuentra la nueva tienda de la marca Freitag (del estudio suizo Spillmann Echsle). Coherentes con su filosofía de empresa y sus productos (bolsas y carteras de materiales reciclados), han levantado un minirrascacielos de acero de 26 metros hecho de contenedores reciclados y apilados. Una imagen muy poderosa.

Por último, recomendar un paseo por las calles del centro, silenciosas, impolutas y llenas de contrastes. Entre edificio y edificio, vale la pena detenerse para comer en el restaurante italiano Santa Lucia (Marktgasse, 21) o cenar en el vegetariano Pot au Vert (Limmatquai, 142). De postre, el café Zähringer (Zähringerplatz, 11).

VALS

Dejando la Suiza cosmopolita y urbana atrás, entramos en el Cantón de los Grisones, que suena a fin del mundo. Todo comienza a desaparecer, volviéndose el paisaje cada vez más silencioso y el tiempo más lento. Atravesamos una carretera de montaña que nos lleva al corazón de los Alpes. Es precisamente allí, algo escondido, donde se encuentra Vals, un pequeño pueblo que pasaría inadvertido si no fuera por sus termas, obra del suizo Peter Zumthor, Premio Pritzker de arquitectura de este año. Se trata de un balneario de piedra tallado en el interior de la montaña, un lugar donde sumergirse y dejar pasar el tiempo. Un espacio para los sentidos. Excepcional.

Una arquitectura de gruesos muros que albergan distintas salas de distintas dimensiones, con agua a distintas temperaturas, con distintos colores. Maravilloso. Y uno se pasa la tarde bailando, casi desnudo, entrando y saliendo del agua, descubriendo el lugar. Lo mejor, la piscina de fuera, tan especial que, una vez dentro, a 32 grados, con la niebla mostrando a ratos el paisaje y la nieve cayendo sobre la cabeza, se puede llegar a pensar, como dice Bioy Casares en La invención de Morel, que "el mundo está constituido exclusivamente por sensaciones".

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