En 1900 el agua no llegaba a ciertas casas de Madrid. La ciudad crecía a lo alto y a lo ancho: los edificios ganaban pisos y la cota del nuevo ensanche era más alta que la del casco histórico. La gravedad no era suficiente para llevar el agua hasta los grifos, así que aquel año Diego Martín Montalvo redactó un Proyecto de Distribución que se ayudaba de bombas para levantar el agua hasta depósitos elevados desde donde caía con más fuerza. El primero de ellos, en Santa Engracia, guardaba en una cuba 1.500 metros cúbicos a 30 metros de altura. La cisterna, construida en 1907, cumplió su función durante casi medio siglo hasta que quedó obsoleta en 1952. Luego pasaron 33 años hasta que los arquitectos Antonio Lopera y Javier Alau recibieron el encargo de restaurarla. "Para entonces la habían convertido en un almacén de legajos y facturas; en la cuba, ya sin agua, había metro y medio de estiercol de paloma", explica Lopera dentro del vaso, transformado ahora en una impoluta sala de proyecciones. La restauración del primer depósito elevado del Canal de Isabel II arregló desperfectos y eliminó las "chapuzas" que había sufrido el edificio a lo largo de su historia, pero, sobre todo, le dio una segunda vida como sala de exposiciones. Lo convirtió en otra cosa. ¿Cómo se reparte la autoría entre arquitectos originales y restauradores en un caso así? Según Lopera, "Fifty fifty. Una restauración como esta prolonga la vida útil de un edificio, otorgándole un nuevo uso social sin que pierda su identidad". En definitiva, lo mantiene vivo y funcional, hace que continúe siendo arquitectura, no una mera escultura del pasado. El gran debate de la restauración es si se debe notar o no. Alau y Lopera -ambos profesores del Máster de Restauración de la Escuela de Arquitectura- opinan que sí. "Lo otro es mentir", coinciden, "reconstruir un falso histórico". Por ello, los ladrillos que sustituyeron tienen un tono diferente a los antiguos, la planta extra que añadieron usa otros materiales... Hasta un lego es capaz de distinguir lo que estaba de lo que se puso después. "Cómo hijo de tu tiempo lo sincero es intervenir con tu lenguaje y tu tecnología", explica Alau, "el reto es que se integre armónicamente con el lenguaje del pasado, sin pisotearlo". La idea es que lo nuevo "dialogue" con lo antiguo y para ello es fundamental "escuchar al edificio", según Alau. A pesar de su elegante perfil de ladrillo y zinc, lo que más impresiona del depósito es su misterioso interior. A media luz, su escalera como de barco trepa rotunda hacia arriba: "Todavía desconfiaban del comportamiento de las estructuras de hierro y prefirieron curarse en salud", dicen los arquitectos, que incluyeron dos ascensores en su proyecto. "Ante todo quisimos mantener la penumbra, la magia, ese ambiente piranesiano que tenía el depósito", dicen refiriéndose al arquitecto del siglo XVIII Giovanni Battista Piranesi, que realizó miles de grabados de edificios imaginarios con oscuros pasillos y complicadas escaleras que conducían a ninguna parte. El resultado es un lugar irreal. "Un edificio tan potente que se autoexhibe", opina Lopera. "El único problema es que un espacio así se come la obra expuesta", coincide Alau, "los artistas prefieren una caja neutra para exhibir, un contenedor que no despiste la atención del visitante". Tienen razón. Dentro del depósito uno desea verlo desnudo, sin los paneles de los que cuelgan las fotos de las exposiciones que acoge. Por otro lado, la visita ofrece un dos por uno: se puede ver la obra expuesta (hoy se inaugura El amor y el éxtasis, de Isabel Muñoz) y disfrutar de un edificio único. Estructuralmente, el depósito elevado funciona como "un soporte para cocer huevos en el microondas". La gráfica metáfora de Javier Alau ayuda a comprender como la cuba de agua (el huevo) se apoya sobre los contrafuertes de ladrillo. También resulta ingeniosa la cúpula que se sujeta con unos originales tirantes "como de rueda de bicicleta" (los que se ven en la foto). "¿Por qué resulta hermoso lo que no es más que una cisterna? "La belleza en la arquitectura industrial es una consecuencia del buen diseño", dice Lopera. Entonces, ¿se convertirán nuestras fábricas en objetos bellos para nuestros bisnietos?, ¿se molestará alguien en transformarlas en museos? "Hoy la arquitectura industrial tiende a ser más anodina, casi todo son impersonales naves polivalentes", opina Lopera. "Pero merecerá la pena conservar algunas cosas", añade Alau, "como el ciclotrón o las centrales nucleares, para que queden como testigos de lo que fue nuestro tiempo".Depósito Canal
- Autores. Luis Moya Idígoras y Ramón de Aguinaga (rehabilitado por Javier Alau y Antonio Lopera). - Obra. 1907 - 1911, rehabilitación, 1985 - 1986. - Estilo. Industrial. - Ubicación. Santa Engracia, 125 (Río Rosas, Canal). - Función original. Depósito elevado de agua. - Función actual.Sala de exposiciones fotográficas.
Enviado por: PERUARKI